lunes, 4 de abril de 2011

Existencialismo

Sören Kierkegaard
Este pensamiento, de acuerdo a su propia idiosincrasia no constituye una escuela sino más bien una tendencia del filosofar, que se presenta al mismo tiempo, y al parecer independiente en distintos lugares y a través de diferentes hombres.
El Existencialismo nació con el filósofo danés Sören Kierkegaard, hombre angustiado, de espíritu rebelde, sensibilidad fina e hiperestésica, grita su disconformidad violentamente, cambiando perspectivas y trastocando valores. La búsqueda de la esencia, dice, no es sino un artificio de hombres que tratan de huir de las realidades, esquematizándolas; el pensamiento no tiene validez si no se tiene en cuenta quién lo piensa; las generalizaciones son solamente modos de esconderlos verdaderos problemas que se alzan siempre individuales y únicos. El conocimiento no es la meta del hombre ni su modo de mejorarse, son la vida, la existencia mía y la tuya, las que cuentan. El mundo no es objetividad ni un conjunto de esencias, sino es mundo para mí y para tí, es existencia frente a existencia, existencias que todo sistema y todo pensamiento aíslan en vez de unir, de descubrir.
“Mi verdad”. Siente y no pienses, ¡vive!”. En la existencia, ese pensamiento está en medio extraño”. Sin embargo, el mensaje de Kierkegaard pareció perderse, pasaron años sin que su obra tuviera resonancia alguna. Fue necesaria la Primera Guerra Mundial para que apareciera un resurgimiento con el filósofo alemán Martín Heidegger (1889 -1976), discípulo de Husserl, el que tomó el mensaje, lo amalgamó con las enseñanzas fenomenológicas de su maestro y propuso el moderno existencialismo alemán, siendo su obra capital “El ser y el tiempo”, “Kant y el problema de la metafísica”, “Carta sobre el Humanismo”, entre otros. Analiza la existencia humana, ya que el hombre es el único ser capaz de preguntar acerca de  mismo, el modo  fundamental de ser del existir es el “estar en el mundo”.

La idea de “ser para la muerte” es la base temática de sus obras, la muerte es la posibilidad más propia del existir. Otro alemán fue Karl Jaspers (1883 - 1969), procedente de la psiquiatría, entre sus obras principales figuran “Razón y existencia”, “Filosofía de la existencia”, “Introducción a la filosofía” y “Acerca de la verdad”. 

En Francia, aparecen como representantes Gabriel Marcel (1889 - 1973), filósofo y dramaturgo donde sus diversas obras teatrales poseen un sentido de investigación filosófica, es el representante del existencialismo cristiano, sus obras: “Diario metafísico”, “Ser y tener”, “El Misterio del Ser”, “El corazón de los otros”, “El sol invisible”; Jean -Paul Sartre (1905 - 1980), pensador y escritor influido por Husserl y Heidegger, cultiva el teatro, la novela y el ensayo junto a los tratados filosóficos, de los cual es el principal es “El ser y la nada” donde plantea un existencialismo ateísta, como también “Los caminos de la Libertad”, haciéndose sentir su vez en la filosofía de post -guerra; Albert Camus (1913 -1960)francés nacido en Argelia, fue con Sartre, el más importante de los llamados escritores comprometidos; y Maurice Merleau-Ponty (1908 - 1961) estuvo influido por Sartre en su obra “Estructuras del comportamiento”, después se internó por el Marxismo. Y en España surgen las figuras de Miguel de Unamuno (1864 - 1936) escritor y pensador, situado entre los precursores del Existencialismo; y José Ortega y Gasset (1883 -1955), que con menos aguda expresión existencialista aportó a este movimiento: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Todos estos y otros pensadores difieren en sus conceptos y deducciones, pero se rescatan puntos comunes, los cuales son: la noción de existencia, el concepto de trascendencia, el ser-en-el-mundo, la angustia y la nada.

La noción de existencia:
La existencia humana es el verdadero tema de la filosofía. La existencia es el núcleo básico del ser humano, lo que queda cuando se ha eliminado todo lo contingente, todo lo que puede señalarse en una enumeración de caracteres, todo lo que no sea el existir en sí mismo.

Contradiciendo el axioma clásico de que la “esencia precede a la existencia”, Sartre llega a decir que “la existencia precede a la esencia”, queriendo expresar que, si el hombre se hace a sí mismo como tal, debe primero existir para poder hacerse, ser. La existencia es lo que queda como último núcleo indefinible cuando se ha prescindido de todo lo que puede enumerarse o calificarse, ya que la existencia crea todo eso al ir disolviéndose; la trascendencia.

Concepto de Trascendencia:

La existencia es una relación constante consigo mismo y con el mundo, una relación que se caracteriza por su trascendencia. La existencia no puede considerarse como una cosa estable ni inmanente, sino como un continuo salirse de sí mismo, trascender. Jarpers dice: “El hombre es aquello que aspira más allá de sí”. El hombre no es un ente creado una vez y permanece como tal, sino un continuo crearse, hacerse a sí mismo: no ha sido hecho sino que es lo que él se hace. Este proceso no es determinado por nadie ni por nada, lo que quiere decir que el ser humano, es libre; elige constantemente su camino y se determina a sí mismo.
Sartre considera: el hombre es “el que no es lo que es y que es lo que no es”, frase que trata de expresar el continuo evolucionar, el continuo trascender que hace que,  en  cualquier  momento, el hombre sea algo que está dejado de ser y que no ha terminado, por lo tanto de “ser” lo que “es”, la tragedia existencia del hombre, es que esa determinación de sí mismo, ese ir hacia algo, ese “proyecto”, según la palabra de Sartre, se ve trabado en su realización por la “facticidad”, “Das Sciende” de Heidegger, el “ser-en-sí” de Sartre, el “mundo” de Jaspers. La lucha, pues, constante, del existente, está entre el realizarse como tal en la trascendencia, el ir haciéndose  en el proyecto; y las limitaciones que a esa tarea opone el mundo, lo ata y le impide cumplir su destino.


El ser-en-el-mundo:

El hombre no existe solo, ni en relación exclusiva con su corporeidad. El hombre es un ser-en-el-mundo. Esto quiere decir, como lo propugna Heidegger, que el hombre, como Dasein,  es el que,  al dirigirse al mundo que lo rodea, le va dando la categoría de ser. Todo lo que existe “está”, pero no “es”, Heidegger hace la distinción entre Seiende (lo que está), y Sein (lo que es). El Seiende  pasa a ser Sein mediante la “iluminación” que le da el hombre. Es decir que éste, al hacerlo participar en su mundo lo hace ser. Es por eso que, si el Seiende necesita del hombre para ser, el hombre no puede concebirse sin lo que lo rodea. El hombre es, pues, en ese sentido, un ser-en-el-mundo, que crea el mundo pero que, al mismo tiempo, es creado por él; se halla rodeado, confinado y en constante tensión con él. Y este estar en el mundo constituye la segunda tragedia existencial. Se halla encerrado, limitado por el mundo, por todo lo que lo rodea. Su vida es una lucha constante e inútil, no solamente por su limitación insalvable en la existencia, sino porque reconoce su fin en la muerte. Esta perpetua lucha lo coloca, solo frente al mundo, solo para realizarse y vivir su libertad. Sin embargo esa sólida existencial no puede tampoco ser plena, ya que está contradicha por la condición de ser-en-el-mundo. Por lo tanto, el hombre corre el peligro responsabilidad, a su sólida misma, y confundirse con la masa, “caer” en lo común,  en  el vivir del “se” (“se dice”, “se hace”, “se usa”, etc.), en el mundo de la existencia “inauténtica”. El sí mismo y la masa están uno frente al otro como autenticidad e inautenticidad del existir. La vida para los existencialistas no tiene sentido. Nos hallamos en un mundo al que no hemos pedido venir, frente al que debemos luchar constantemente sin esperanza, sabiendo, al mismo tiempo, que la muerte anulará nuestros esfuerzos. Todo lo que podemos hacer es vivir cada instante “comprometiéndonos” total e incondicionalmente en él.
Dentro del movimiento existencialista, algunos de los filósofos de la existencia se acercan más a un realismo o se mueven en coordenadas realistas (Jaspers, Marcel); otros permanecen en actitudes racionalistas e incluso idealistas o materialistas (Sartre). En el pensamiento de Jaspers pueden señalarse distintos niveles a propósito de su concepción de la realidad. Hay un primer nivel, de carácter empírico, en el que la realidad es objeto del conocimiento científico. Las ciencias no dan conocimiento del ser, pero sí proporcionan conocimiento concluyente de objetos, de fenómenos. Justamente por ello la ciencia ha facilitado a la filosofía la retirada a sus propios lares, al impedir «que, dentro del filosofar, se siga manteniendo -y precisamente de un modo impulcro y subjetivo- el conocimiento real (Sacherkenntnis), que tiene su lugar en la investigación metódica más exacta» Pero, si de ese modo se ha despejado una determinada realidad del ámbito de la filosofía, ha sido precisamente para, al situar a ésta en su verdadera perspectiva, ofrecerle como horizonte otro nivel, más profundo, de realidad. «Esta realidad no puede considerarse, como en las ciencias, como un contenido determinado del saber... Esta realidad tampoco puede estar presente en meros sentimientos vivos. La realidad sólo se alcanza en el pensar, con él y por él. El filosofar, a fuerza de pensamiento, insta y empuja hasta allí donde el pensar se convierte en la experiencia de la realidad misma»
Si recordamos el sentido kantiano que, para Jaspers, tienen las palabras pensamiento y pensar, podremos valorar hasta qué punto la realidad, para él, es sólo el horizonte hacia el que tiende y con el choca el pensamiento humano, en un esfuerzo hacia lo imposible: la trascendencia. «La pregunta final del filosofar es la de la realidad-misma», pero «la auténtica realidad es el ser que no puede pensarse como posibilidad». Pensar algo es inevitablemente pensarlo como posible, de donde se advierte la radical imposibilidad de alcanzar la realidad; su pensamiento, como se ve, tiende al agnosticismo. En cualquier caso, el pensamiento jaspersiano está bien lejos del idealismo, y considera la filosofía como una tarea permanentemente abierta.
Gabriel Marcel, como tantos otros filósofos, se siente en la necesidad de superar la distinción entre sujeto y objeto del conocimiento, lo que equivaldría a eliminar por su base la necesidad de plantearse la opción entre realismo e idealismo. Pero podría decirse que todo esto es, muy fundamentalmente, una consecuencia sociológico-cultural, más que estrictamente filosófica, del ambiente en que se formula el pensamiento de Marcel. Por lo demás, este pensamiento es ejercido y formulado desde una rigurosa perspectiva realista, como pone de manifiesto la estricta apertura al mundo, al otro y a la trascendencia (al Absoluto) en que consiste la persona para Marcel.
Casi exactamente lo contrario sucede con Heidegger, que trastrueca todos los términos hasta hacerles significar lo contrario de lo que, más o menos aproximadamente, habían venido significando hasta él. El filósofo afirma taxativamente que «a este fundamental fenómeno existenciario (al ser en el mundo) vienen a parar todos los problemas del mundo exterior». Pero como «el 'ser en el mundo' está a su vez ontológicamente inserto en la totalidad estructural del ser del 'ser ahí', que se caracterizó como cura» o preocupación, por ello «la 'realidad' viene a parar al fenómeno de la cura», y, a fin de cuentas, «si no existe el 'ser ahí', entonces no 'es' tampoco la 'independencia', ni 'es' tampoco el 'en sí'».
Sartre, en “El ser y la nada”, enfrenta de modo irreductible el ser en sí y el ser para sí, contraposición en la que el primero es pensado como el sistema global de la realidad bruta, inerte, incapaz de toda justificación racional, y el segundo representa la conciencia que se mueve dentro de aquella realidad pero ajena a ella. Sartre considera que «conviene abandonar la primacía del conocimiento si queremos fundar el conocimiento mismo». «Toda conciencia, como lo ha mostrado Husserl, es conciencia de algo. Esto significa que no hay conciencia que no sea posición de un objeto trascendente, o, si se prefiere, que la conciencia no tiene 'contenido'». El pensador francés, al interpretar la conciencia o para-sí como existencia, como negatividad y como libertad, la opone en sus más estrictos términos al en-sí en cuanto actual, compacto, rígido y determinado. Conciencia y realidad son tan formalmente contrapuestos en su ideología que la idea de un ser que fuera a la vez en-sí y para-sí es para él absolutamente contradictoria.

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